El origen de la primavera árabe y la seguridad laboral

Viernes 14 de enero de 2011. Zine El Abidine Ben Ali, presidente de Túnez, abandona su país a causa de la presión a la que le somete su pueblo. Actualmente se encuentra refugiado en Arabia Saudita.

 

20 de octubre de 2011. Un convoy trata de salir de la ciudad de Sirte, Libia. En él viajaba el líder libio Muamar el Gadafi tratando de huir de las rebeliones contra su gobierno. Aviones de la OTAN ametrallan el convoy.

Sábado 2 de junio de 2012. Hosni Mubarak, es condenado a cadena perpetua por su participación en la represión que costó la vida de más de 800 personas durante las revueltas que provocaron su derrocamiento como presidente en Febrero de 2011.

22 de Enero de 2012. El hasta entonces presidente de Yemen, Ali Abdullah Saleh, sube a un avión rumbo a Estados Unidos para ser sometido a tratamiento médico. Allí permaneció una temporada.

Unos años antes, un 4 de abril de 2008….

… era viernes. El viernes es el día festivo según el calendario musulmán. No para ella. Como cada día desde hacía 3 meses, la pequeña Munira estaba trabajando en la fábrica textil de la zona industrial de El-Mahalla El-Kubra donde su padre Shamil le consiguió un empleo. Hoy está extrañamente contenta.

El-Mahalla El-Kubra es una ciudad de tamaño medio (medio millón de habitantes) situada en el delta del Nilo. Allí se encuentra una de las zonas industriales más importantes de Egipto, siendo el textil el sector más implantado.

Munira trabaja para Delta Fabrics, una pequeña fábrica de telas y productos textiles que suministra a industrias de confección de la zona, incluida Misr Spinning and Weaving Company, la empresa textil de propiedad estatal más grande del país.

Para Shamil es motivo de orgullo ver cómo su primera niña está haciéndose una mujer. Y más aún, que haya podido entrar a trabajar en la pequeña empresa de su amigo Nahid-M´an Wahab, en la cual él mismo empezó a trabajar años atrás antes de conseguir dar el salto a una de las grandes empresas de la zona.

Todo va viento en popa a pesar de que Munira haya tenido que dejar la escuela con 12 años. Pero Shamil necesita de su trabajo para sacar adelante a su gran familia. La recompensa que seguro todos tendrán algún día justifica todos los esfuerzos.

Munira entiende a sus padres y asume la responsabilidad que su rol de hija mayor con lleva de cara a la familia. Al trabajo incansable de su padre, se suma la labor que su madre Adila tiene cuidando al resto de la familia: Sihaan, Nudhar, Hayat y los pequeños Abdul-Matîn y Salem, que acaba de nacer. Además, es una circunstancia normal en el país: Munira es uno de los casi 3 millones de niños que entre 5 y 14 años trabajan en Egipto.

Lo entiende todo y apechuga, pero Munira no es feliz ayudando de la forma en que lo hace.

El trabajo para ella comienza antes de entrar cada día por las puertas de la fábrica: Odia el sitio donde trabaja y levantarse por la mañana es en sí mismo un esfuerzo mental antes incluso de empezar la faena.

Su trabajo consiste en apilar manualmente en cajas de cartón los ovillos cilíndricos de lana e hilo de algodón. 10 horas de pie ordenando por colores en cajas los ovillos cilíndricos de 1 kg. de peso. 20 ovillos en cada caja que luego su compañero y nuevo amigo Abdel (13 años) transporta manualmente a la zona de expedición. Un trabajo que la agota física y mentalmente. Además, el recuerdo de sus amigos y compañeros de clase a los que ahora no puede ver es una losa añadida. Ha quedado excluida.

Pero lo que más aterra a Munira es otra cosa. El impacto se produjo desde el primer día en que entró en la fábrica, a pesar de que estaba convencida de que trabajar era lo correcto. Ya tenía asumido que debería dejar la escuela, sus amigos sus compañeros. Su padre se lo había explicado desde hacía semanas y ella estaba preparada.

El primer día de trabajo.

Munira pasó llorando la noche anterior. Sus amigos, sus compañeros, su escuela, su vida. Esa noche duró menos, como todas a partir de entonces. Su padre llamó a la puerta de la habitación de las niñas a las 5 de la mañana. Se secó las lágrimas antes de salir de su cómoda cama, se preparó y acudieron con el ciclomotor a las puertas de la fábrica donde les esperaba el amigo de su padre y dueño de la fábrica, Nahid.

Bajaron de la moto. Hacía frío. Los amigos se saludaron afectuosamente y Nahid acarició el serio rostro de Munira.

Ella miró a la fábrica desde su metro cuarenta de altura. Delante, dos naves consecutivas dentro de una calle de naves iguales de una planta. Una copia de las calles que había dentro del retorcido laberinto que era la zona industrial.

La sucia fachada de cemento imprimado con pintura blanca ya descolorida, estaba llena de escorchones que dejaban ver la capa de ladrillo con que había sido fabricada. En cada nave, había una gran puerta abatible de metal oxidado con una pequeña puerta de acceso para personas integrada. Encima, pintado directamente sobre la fachada con pintura negra, el nombre de la empresa: Delta Fabrics.

Entraron por la puerta de peatones que había en el portón de la derecha. Un pasillo de cemento en blanco tenía 5 puertas, dos a cada lado y otra al fondo del pasillo. Munira cogió la mano de su padre y avanzaron. «Esta es mi oficina. Ven aquí cuando necesites algo», le dijo Nahid a Munira señalando a una de las puertas laterales más al fondo. Munira empezaba a sentirse algo mejor.

Entonces Nahid abrió la puerta del fondo. Una bocanada de aire entró por la puerta. Munira se quedó petrificada y agarró la mano de su padre con fuerza. Conocía ese olor. Era familiar. Era el mismo olor a que olía su casa, especialmente cada noche, cuando llegaba su padre del trabajo. Un olor fuerte a mezcla de pintura, combustible, alcohol. Sus ojos se humedecieron, esta vez no por causa de la pena y empezó a sentir un picor en la garganta.

Un único espacio formado por las dos naves unidas se abría ante ellos. «No era muy grande, como el patio de recreo del colegio«, pensó la niña acordándose de dónde tendría que haber ido hoy. El techo era directamente la cubierta de la nave, de paneles ondulados de color gris, el mismo color en que habían quedado las paredes que presentaban claros cercos de humedad. Caminaron hacia la derecha siguiendo en paralelo la pared.

Mientras caminaba cogida de la mano de su padre, Munira observó muchas máquinas y pequeñas piscinas alineadas que quedaban a su izquierda y que parecían estar agrupadas en dos: una para fabricar rollos de tela y otra para hilos de lana. De las piscinas emergía un vapor que se extendía por toda la nave. Estaba segura que allí estaba el origen del olor familiar.

«Allí trabajaba yo, dosificando los productos a las piscinas para que las telas salgan de colores» – le dijo su padre orgulloso.

Lejos de alegrarse por ello, la niña instintivamente relacionó esa niebla con su repentino picor de garganta y con los ataques de dolor de cabeza y tos que últimamente sufría su padre en casa.

«No pasa nada, es un enfriamiento«, hija. Ellos no lo saben, pero el tratamiento de la lana con ácido sulfúrico, ácido clorhídrico, hidrosulfito sódico, agentes blanqueadores ópticos derivados del estilbeno y colorantes ácidos e incluso el tricloroetileno están empezando a hacer mella en la salud de su padre.

Cuando rodearon la zona de máquinas, Hahid le enseñó su puesto de trabajo y le explicó en qué consistía su labor. A Munira le alegró ver que la zona de empaquetado y almacenaje donde tenía que trabajar estaba separada por un muro de la zona de máquinas y piscinas y que los ovillos que debía manejar llegaban por una cinta transportadora que atravesaba un hueco en la pared. La niebla apenas llegaba a esa parte de la nave.

Desde ese primer día, Munira pasa rápidamente la zona de máquinas y piscinas, aguantando la respiración tapándose la nariz y boca con la manga de la chaqueta hasta llegar a su «seguro» puesto de trabajo.

Sigue preocupada por su padre porque le sigue viendo toser en casa.

Pero hoy, viernes 4 de abril, tiene una esperanza.

No es un viernes cualquiera. Han dicho a Munira que el domingo hay convocada una huelga para protestar por las condiciones laborales que hay en las fábricas de su ciudad. Que la han organizado unos jóvenes de una de las grandes fábricas textiles de El-Mahalla El-Kubra y que van a hacer que todo sea mejor.

Munira está segura que la tos de su padre pasará y que a ella nunca le ocurrirá.

*

El domingo 6 de abril de 2008 hubo una huelga que alguien difundió en Facebook, Twitter, Flickr y en blogs. En unas horas, los principales medios de información mundiales informaron de las condiciones laborales de El-Mahalla. Y también de las condiciones sociales en Egipto, de la actuación policial, de la situación política,…

Nota del autor:

La historia de Munira y su familia es ficticia, aunque basada en datos reales.

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