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La ciencia es un mundo fascinante (pese a las taras que comentamos en el artículo anterior de esta trilogía): trabaja en los bordes del conocimiento y construye caminos en el vacío que hay más allá. Pero esos caminos suelen ser oscuros y llenos de espinas, así que muy pocos se aventuran a explorarlos. La divulgación sería, en esta metáfora, un jardinero que desbroza, ilumina y siembra florecitas en algunas de esas sendas; Pero sólo entran en algunas, y a menudo se pasan desbrozando o colocan mal la iluminación.
La divulgación cumple un rol muy importante, al conectar los resultados de las investigaciones con el público general, predigiriendo los contenidos para hacerlos más asimilables. Suelen comunicar los últimos grandes hallazgos científicos y ofrecen resúmenes muy interesantes sobre investigaciones determinadas. Hay divulgadores muy buenos, expertos en la materia de la que hablan, que saben comunicar bien y elegir bien los contenidos sin caer en la parcialidad. Pero no todos los científicos son buenos comunicadores, pese al esfuerzo que se pone en intentar fomentar ese puente, y el nicho se acaba abriendo a los aficionados «de segunda», que no siempre son fieles transmisores.
Al final la competencia por atraer al mayor número de lectores posibles abre más la puerta a temas candentes o jugosos de lo que correspondería por su calidad o relevancia. La elección de titulares y temas buscan más despertar interés que representar fielmente los estudios en que se basa, y demasiado frecuentemente rebuscan en contenedores oscuros de la ciencia para obtener la basura más tentadora. Grandes titulares adornan el paseo de la fama de la divulgación sensacionalista: desde “las mujeres con el trasero grande son más inteligentes”, hasta “beber una copa de vino equivale a una hora de gimnasio”.
Algunas de estas publicaciones son financiadas por empresas interesadas, lo cual es un claro indicio de su falta de fiabilidad. Y otras surgen de intermediar entre intermediarios, perdiéndose el hilo original por cada escalón que se añada al recorrido, guiados por el dios del cojoloquemeapeteceymefumoelresto. Y cuando artículos de contenedor se deterioran y difunden sin mediar crítica surgen cazabrujas, horca en mano, con banderas antivacunas, o diciendo que el cáncer se cura con zumo de papaya y que el cambio climático no existe.
Mención aparte merecen, por su impacto público, los personajes populares o simbólicos involucrados en causas, que se erigen (o son erigidos) adalides de las mismas pese a desconocer todas sus complejidades. Siendo justos, hay embajadores de causas bastante bien informados, y al final la labor del mensajero es transmitir la información de forma clara y atractiva, cosa que los personajes populares hacen muy bien. Pero me parece preocupante que confundamos la capacidad de expresión o el aspecto físico con el conocimiento, y que haga falta la fuerza del símbolo para validar el mensaje.
Yo tiemblo un poco cada vez que hay grupos de famosos reclamando una causa supuestamente justa, la verdad, porque tienen admiradores que seguirán la causa simplemente por ellos, y odiadores que rechazarán la causa por la misma razón y estarán pendientes de cualquier resbalón para tirar el personaje y la causa asociada a los leones. Es juzgar el libro por la portada en un nivel extremo. Hitler pudo haber dicho cosas sensatas, y Gandhi pudo haber hecho estupideces…y es posible que haya memes con frases que supuestamente dijo un erudito que sean mentira.
Como lectores críticos debemos coger toda la información que nos llega con pinzas, y la científica no es la excepción (sobre todo antes de compartir con los demás lo que nos llega). Así, el siguiente (y último, pero no menos importante) artículo de la trilogía: El lado oscuro del receptor, estará dedicado a nuestro lado del triángulo.
Este capítulo me ha gustado incluso mas que los dos anteriores porque es quizás menos conocido. Estoy totalmente de acuerdo que cuando la cocina de la ciencia saca sus mejores platos a la mesa , pasa como en los buenos restaurantes. Unos no salen de la cocina, otros los engrandece o malogra el propio camarero.No todos los comensales tienen hambre para disfrutar de las delicias de la nueva vianda o tienen el estomago destrozado de comistrajos anteriores .
Pocos están preparados a absorber y utilizar lo digerido.
No se si en el próximo capitulo sabremos cuantos de los que aprovechan las novedades , las utilizan para el bienestar del resto.
Muchas gracias por mostrarnos tan bien estas esquinas de la ciencia
¡Gracias Rosa! Interesante la analogía del restaurante jeje
Un abrazo